
Monseñor Óscar Arnulfo Romero. 24 de junio de 1956. Pueblo, México. Fotografía de archivo del Museo de la Palabra y la Imagen, El Salvador.
Por Mildred Largaespada
El Papa Francisco hará beato a Monseñor Óscar Arnulfo Romero y con ello llega la justicia divina para todas y todos, que son millones, los doloridos de El Salvador. Llega a destiempo pero llega una justicia extraordinaria para el mártir cuando le negaron la justicia terrenal, la del sistema político salvadoreño que juzga como bueno al mal y como malo al bien, y que no encuentra pruebas cuando se trata de mártires que se ponen al lado de la gente empobrecida y masacrada por el ejército y quienes mandaban a los militares.
Con toda razón se regocija estos días la gente en el país centroamericano y en el mundo, pues han visto reconocido a su santo protector. Es fácil comprender por qué Romero ya era santo para los fieles católicos. Cuando sangraba el país y morían asesinadas las niñas y los niños, sus madres y padres y abuelos y abuelas, Romero acompañó a la gente más humilde, desde su púlpito denunció la masacre y rogó que parara la represión. Lo mataron por eso, porque era la voz pública que denunciaba y señalaba a los culpables. La gente, frente al horror, se empezó a encomendar a Romero y sintió gratificación y protección. Lee el resto de esta entrada »