Por Mildred Largaespada
― Hola ―Así escribió Luchi, un día, por el chat, muy de mañana. ―Hey, qué pasó mujer― escribí, contenta de recibir su mensaje, teníamos rato de no chatear. Nos contactamos cuando vine a vivir a El Salvador, antes ella había vivido en Nicaragua, con su familia refugiada por la guerra de aquí.
Estudió un tiempo en la UNAN de Managua, después se regresaron, ella continuó estudios aquí en la UES. Tiene 40 años, así que teníamos como 20 de no vernos. Quería saludarla. Nunca pude hacerlo, ella no podía venir, un día me citó y me dejó plantada. Una le disculpa plantones a las amigas, así que cuando justificó su ausencia, ni reclamé. Comprendí que mis ganas de ver a la gente no tenían por qué ser recíprocas. Sólo tenía su correo electrónico, y por ese medio le enviaba mensajes. Un día, hace dos años, me pidió contacto por Skype.
― Hola –dijo un día.
― Hola –dijo otro.
Y se hacía el silencio de varios días. Hasta que ocurrió:
― ¿Qué tal tus hijos? –preguntó una vez.
― Bien, bien, todo bien por aquí… ¿y tu hija, todo bien?
― Me le pegó a la niña –contó Lucía, Luchi le dicen. ― Casi me la mata.
― ¡¿Quién Lucía?! –pregunté…
― Él, dijo.